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Un Palau valenciano

Existe una extraña sensación de multiculturalidad histórica en Valencia. Si uno llega sin saber nada de su historia, reconoce rápidamente el paso de sucesivas tribus a lo largo del tiempo que dejaron sello en su arquitectura, su gastronomía, el trazado de su urbe, la fertilidad de sus huertas y su riego. Algo prerrománico, sin dudas la mano de Roma, pueblos íberos, edetanas, visigodos y musulmanes se exhibe en su larguísima y atribulada vida que tuvo épocas de extrema riqueza y prosperidad, y otras con zozobras a partir de la las riadas del Turia o la peste.
En medio de esta historia flexible y rica, las raíces se encuentran muy a flor de piel y se distingue arquitectura que proviene del 1300 y más aquí.

La recuperación del casco histórico ampliado llega hasta el cauce del Turia, hoy desviado fuera de la ciudad. Esa es la experiencia que la cadena Hospes de hotelería ha realizado para dar vida a su Palau de la Mar. Más allá de la arquitectura de sus dos singulares edificios, parte de un antiguo palacete de finales del siglo XIX, el actual hotel seduce ya que es capaz de transmitir los valores propios de la ciudad que lo acoge, de sus gentes, de su historia.

Los orígenes verdaderamente auténticos es lo que respirarán los huéspedes. Su selecta gastronomía Ampar permite a los comensales disfrutar de un exquisito recorrido por los sabores de la huerta y el mar de la Comunidad Valenciana. Su Bodyna Fitness & Spa ofrece una profunda revitalización de cuerpo y mente. En sus salones, la luz, el blanco y la plata se fusionan para crear unos espacios íntimos y exclusivos. Su patio, cuna de los aromas de la tierra, emerge como un oasis natural.

 

Introducción Abierta al mar, abierta al mundo, cosmopolita, llena de sorpresas. Así es Valencia, una ciudad espectacular que ha sabido combinar el fruto de su tierra, el arte de sus gentes y su espíritu marino para presentarse al mundo como origen y destino. La Valencia de hoy es una fusión de herencias y tendencias, de recuerdos y nuevos horizontes, de señorío y modernidad, que atrae de forma sutil e intensa cuando se descubre en ella sus distintas facetas: la localidad de las flores, de la luz, del color, del arte, de la ciencia… Con el mar Mediterráneo siempre susurrando, bañando sus cálidas playas y animando a un futuro tan esplendoroso como el que vivió la ciudad durante el siglo de oro en tiempos pasados.

El Palau de la Mar es un palacete catalogado, una gran casa señorial del siglo XIX, que responde al espíritu marino y simboliza los valores propios de su ciudad y de sus gentes. Ubicado en una de las calles más bonitas y céntricas de Valencia, diseño, arte y estilo se dan cita y rebosan energía en este original enclave cuya historia aguarda para adentrarnos, con delicadeza y misterio, en cualquier dirección, a lo genuino y puro. Lugar noble y único, su majestuosidad embarga. En su interior se descubren un moderno y espectacular patio, a modo de cubierta de barco, que contrasta con la arquitectura señorial del edificio, un exuberante jardín de aromas mediterráneos, espacios y elementos creados para la inspiración, y una cocina de autor con ingredientes naturales y autóctonos. Son lugares todos ellos donde la relajación y el tiempo son propiedad de cada invitado.

El puente exquisito al pasado por el presente

El Hospes Palau de la Mar está situado en un lugar de privilegio de lo que constituye el Eixample Noble de la ciudad, a sólo 500 metros del centro histórico  y junto a los Jardines del Turia.

Su recuperación fue un proyecto del equipo Hospes Design que abrazó la reconversión en hotel de los edificios situados en los números 14 y 16 de la Avenida Navarro Reverter, un lugar privilegiado en el centro de la ciudad. Estos edificios se hallan incluidos dentro del Plan Especial de Protección del Ensanche de Valencia, lo que les otorga un grado de Protección Singular justificado “por su valor ambiental, interés tipológico y valor como referencia cultural arquitectónica”, ya que se trata de uno de los pocos ejemplos existentes de casa patricia o palacete urbano en la segunda mitad del XIX y alejado de los tipos de casa de renta más extendidos por el ensanche. En el mismo Plan se concreta el valor de algunos de los elementos de las edificaciones: la fachada exterior, en la que resulta indudable su valor y singularidad en cuanto a su composición, materiales y oficios, así como la estructura espacial del zaguán de ingreso y de la escalera noble iluminada cenitalmente.

El proyecto se planteó sobre dos objetivos básicos: el tratamiento unitario de ambos inmuebles y la comunicación horizontal entre las diferentes plantas. El elemento más sobresaliente del acceso es el sistema de arcos y bóvedas que tiene como peculiaridad, dentro de la tradición y tipología de estas casas palaciegas del siglo XIX, el hecho de tener su origen en los accesos posteriores, originariamente concebidos para el paso de carruajes. Este gran acceso central da paso a una singular escalera de mármol y el proyecto aprovechó su riqueza espacial para configurarla como un símbolo característico y distintivo del hotel.

Hay una clara y manifiesta voluntad de hacer reconocible la intervención, de proceder a una adecuación estética que permita la fusión de lo originariamente existente y de la reinterpretación que se propuso. En Palau de la Mar se han rehabilitado o conservado aspectos singulares y originales, como carpinterías, cerrajerías, adornos florales, etc., preservando así la sintaxis original y recuperando piezas desaparecidas cuando ello es posible, como es el caso de las balaustradas y barandillas de las escaleras.

Por lo que a las habitaciones se refiere, pese a la diversidad de tamaños y distribuciones, todas ellas están dotadas de un equipamiento común que se completa con una propuesta unitaria de materiales y acabados que permite armonizar el conjunto. Las habitaciones se resolvieron con un entarimado de madera de wengué y un despiece paralelo al de la carpintería de madera interior correspondiente a los armarios. Los baños se revistieron con mármol blanco. Uno de los edificios es de color blanco roto y balcones de forja. El otro adyacente, de color almagra. Por fuera se diferencian claramente, pero por dentro se constituyen como una sola unidad. Esta fusión se debe a un interiorismo homogéneo con un mobiliario de formas geométricas y esenciales.

Uno de los espacios protagonistas del hotel es su patio interior, de pura esencia mediterránea. En este espacio cada jardinera tiene una textura distinta con el común denominador de pertenecer a la cultura mediterránea y una perfecta adaptación al clima de la ciudad. Así, la santolina, la flor de azahar y el naranjo son aromáticos y una clara alusión a Valencia; los agapantos y la clivia están plantados en la misma jardinera, con floración en distinta época, permitiendo alargar la temporada de flor en el patio. La jardinera situada junto a la rampa se ha dedicado exclusivamente al cultivo de especies culinarias para el uso del chef y su equipo en el diseño de los platos gastronómicos del hotel.

La calle Navarro Reverter, una céntrica vía abierta junto a lo que, hasta 1865 fue la muralla de la ciudad de Valencia. Una vez derribada ésta, la zona adyacente al centro histórico se acogió al llamado Plan del Ensanche Este, una actuación urbanística que afectó a algunas de las construcciones existentes extramuros y que serviría para convertir el área en una de las zonas más nobles de la ciudad. Fue a partir de 1901, cuando se derribó la antigua Ciudadela, cuando se inició la verdadera urbanización de la zona. En 1894, el Maestro de Obras Lucas García Cardona, autor entre otras construcciones del edificio de los Almacenes la Isla de Cuba y de la Casa de Manual Gómez (actualmente Centro Cultural Bancaixa), acomete las obras del edificio situado en el número 16 de la recién abierta calle, conocida actualmente como Navarro Reverter. El segundo de los edificios que forman el Hospes Palau de la Mar se construyó entre 1890 y 1910. Se trata de una edificación de gran interés arquitectónico, fue incluido en el Inventario de Patrimonio elaborado por el Ministerio de Cultura en 1979. Este noble edificio se adscribe a la denominada arquitectura del eclecticismo, y encaja perfectamente en la tipología residencial de la alta burguesía local de la época (finales del siglo XIX y principios del XX): palacetes urbanos con diferentes plantas concebidas para acoger a la familia y el personal de servicio.

El sitio perfecto para sumergirse en la honesta historia valenciana, sin perder la magnanimidad de la comodidad moderna, y, a la vez, a pasos de todo aquello que es preciso ver en el mismo corazón de la ciudad. Un extra imapagable es la disponibilidad de la calle Colón
y sus tiendas, además del horizonte del paseo del cauce del Turia. Un enclave elegante para un paseo inolvidable.